DE LA DISTINCIÓN DEL CONOCIMIENTO PURO Y EL EMPIRICO
No hay duda alguna de que todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia. Pues, ¿por dónde iba a despertarse la facultad de conocer, para su ejercicio, como no fuera por medio de objetos que tienen sentidos y ora provocan por sí mismos representaciones, ora ponen en movimiento nuestra capacidad intelectual para compararlas, enlazarlas o separarlas y elaborar así, con la materia bruta de las impresiones sensibles, un conocimiento de los objetos llamado experiencia? Según el tiempo, pues, ningún conocimiento precede en nosotros a la experiencia y todo conocimiento comienza con ella.
Mas, si todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia no por eso oríginase todo él en la experiencia, pues bien, podría ser que nuestro conocimiento de experiencia fuera compuesto de lo que recibimos por medio de impresiones y de lo que nuestra propia facultad de conocer proporciona por sí misma, sin que distingamos este añadido de aquella materia fundamental hasta que un largo ejercicio nos ha hecho atentos a ello y hábiles en separar ambas cosas.
Es pues, por lo menos, una cuestión que necesita de una detenida investigación y que no ha de resolverse en seguida a primera vista, la de si hay un conocimiento semejante. Independiente de la experiencia y aún de toda impresión de los sentidos. Esos conocimientos llámanse a priori y distínganse de los empíricos que tienen sus fuentes a posteriori, a saber, en la experiencia.
Aquella expresión empero, no es bastante determinada para señalar adecuadamente el sentido todo de la cuestión propuesta. Pues hay algunos conocimientos derivados de fuentes de experiencia, de los que suele decirse que nosotros somos a priori partícipes o capaces, de ellos, porque no los derivamos inmediatamente de la experiencia, sino de una regla universal, la cual, sin embargo, hemos sacado de la experiencia. Asi, de uno que socavare el fundamento de su casa, diríase que pudo saber a priori que la casa se vendría abajo, es decir, que no necesitaba esperar la experiencia de su caída real. Mas totalmente a priori no podía saberlo. Pues tenía que saber de antemano por experiencia que los cuerpos son pesados, y, por tanto, que cuando se les quita el sostén, caen.
En lo que sigue, pues, entenderemos por conocimiento a priori, no los que tienen lugar independientemente de esta o aquella experiencia, sino absolutamente de toda experiencia. A éstos opónense los conocimientos empíricos, o sea los que no son posibles más que a posteriori, es decir, por experiencia. De entre los conocimientos a priori, llámanse puros aquellos en los cuales no se mezcla nada empírico. Así por ejemplo, la proposición: todo cambio tiene su causa, es una proposición a priori, mas no es pura, porque el cambio es un concepto que no puede ser sacado más que de la experiencia.
Kant. Crítica de la razón pura.
No hay duda alguna de que todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia. Pues, ¿por dónde iba a despertarse la facultad de conocer, para su ejercicio, como no fuera por medio de objetos que tienen sentidos y ora provocan por sí mismos representaciones, ora ponen en movimiento nuestra capacidad intelectual para compararlas, enlazarlas o separarlas y elaborar así, con la materia bruta de las impresiones sensibles, un conocimiento de los objetos llamado experiencia? Según el tiempo, pues, ningún conocimiento precede en nosotros a la experiencia y todo conocimiento comienza con ella.
Mas, si todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia no por eso oríginase todo él en la experiencia, pues bien, podría ser que nuestro conocimiento de experiencia fuera compuesto de lo que recibimos por medio de impresiones y de lo que nuestra propia facultad de conocer proporciona por sí misma, sin que distingamos este añadido de aquella materia fundamental hasta que un largo ejercicio nos ha hecho atentos a ello y hábiles en separar ambas cosas.
Es pues, por lo menos, una cuestión que necesita de una detenida investigación y que no ha de resolverse en seguida a primera vista, la de si hay un conocimiento semejante. Independiente de la experiencia y aún de toda impresión de los sentidos. Esos conocimientos llámanse a priori y distínganse de los empíricos que tienen sus fuentes a posteriori, a saber, en la experiencia.
Aquella expresión empero, no es bastante determinada para señalar adecuadamente el sentido todo de la cuestión propuesta. Pues hay algunos conocimientos derivados de fuentes de experiencia, de los que suele decirse que nosotros somos a priori partícipes o capaces, de ellos, porque no los derivamos inmediatamente de la experiencia, sino de una regla universal, la cual, sin embargo, hemos sacado de la experiencia. Asi, de uno que socavare el fundamento de su casa, diríase que pudo saber a priori que la casa se vendría abajo, es decir, que no necesitaba esperar la experiencia de su caída real. Mas totalmente a priori no podía saberlo. Pues tenía que saber de antemano por experiencia que los cuerpos son pesados, y, por tanto, que cuando se les quita el sostén, caen.
En lo que sigue, pues, entenderemos por conocimiento a priori, no los que tienen lugar independientemente de esta o aquella experiencia, sino absolutamente de toda experiencia. A éstos opónense los conocimientos empíricos, o sea los que no son posibles más que a posteriori, es decir, por experiencia. De entre los conocimientos a priori, llámanse puros aquellos en los cuales no se mezcla nada empírico. Así por ejemplo, la proposición: todo cambio tiene su causa, es una proposición a priori, mas no es pura, porque el cambio es un concepto que no puede ser sacado más que de la experiencia.
Kant. Crítica de la razón pura.
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